martes, 10 de marzo de 2009

PROCEDIMIENTO.

Es del parecer del poeta italiano Josué Carducci, que vió la luz en el siglo XIX y nos dejó para siempre en los albores del siglo XX, no sin antes conseguir el mayor de los galardones que un escritor pueda alcanzar, el Premio Nóbel de Literatura 1.906, escasamente un año antes de su muerte; que quien es capaz de decir con diez palabras lo que igualmente podría decir con cuatro, también será capaz de mayores atrocidades. (?)
Supongo que se trata de ir buscando un laconismo, un concreción, tal vez un ahorro significativo, a fin de que demos predominio a la idea, a la sustancia, al meollo de la cuestión. Vamos, lo que se dice ir directamente al grano, dejar la paja a un lado.
Si damos por buena la teoría que nos dejaron la mayor parte de los maestros de la pluma y el pensamiento, de que la lengua es la sangre del espíritu, del sentimiento y del alma, entonces hemos de considerar necesario dejar abierto el grifo de nuestro verbo para que él vaya envolviéndolo todo en su propio flujo, en el dispendio de su riqueza, a todas aquellas ideas que deben constituir el posible sustento, es decir el sustrato de lo que queremos transmitir. Si no fuese así, quedarían a medias las inquietudes de trasladarnos su verso y su palabra los Bécquer, los Cervantes y otros muchos que con su excelso manto de púrpura literaria dejaron escritos para la posteridad, buena parte de sus sueños.
Una verbosidad profusa, incluso si es vacua, como hablar por hablar, puede tener su encanto e incluso un gran entretenimiento, pero siendo de esta condición acabará por ser como una flora demasiado abundosa e incluso inútil, en la que difícilmente podremos encontrar la raíz y la semilla de la planta que buscamos afanosamente. Nos perderemos sin remedio.
Es evidente que toda política, toda acción humana, ha de rodearse de una sólida filosofía y de un procedimiento firme que envite a los demás a creer en nosotros, de no ser así el futuro será incierto y el objetivo inalcanzable, en la mayoría de las veces.
Básicamente, el punto de partida de nuestros propósitos ha de tener una visión objetiva y al mismo tiempo aseada, con una enorme generosidad de esfuerzo y de sinceridad, al igual que los fines que persiguen, excluyentes de la duda y de la indecisión.
Es probable, casi seguro, que por muy perfeccionada que creamos que sea nuestra obra, siempre sufrirá algún varapalo, alguna justa y acertada rectificación. El mejor navegante puede ver un lucero donde ayer supuestamente vió un faro, pero su sabiduría y su experiencia le llevarán a cambiar el rumbo erróneo.
También es claro que el procedimiento a seguir ha de ser muy estudiado, muy considerado, muy oportuno. Si el capitán se embriagara, se ofuscara ó careciera de la necesaria experiencia, la nave acusaría las embestidas del mar y daría bandazos hasta llegar a la desorientación absoluta y al naufragio. En esos momentos hasta la más adicta de las tripulaciones llegaría al convencimiento de que se ha perdido el rumbo, que se navega a la deriva. Mal asunto.
Será preferible a la larga refugiarse en las calas abrigadas y seguras de la sinceridad, y ver si uno es capaz de decir aún, como el tímido enamorado, que sin laconismo, sin concreción alguna manifiesta a su amada: "Esta noche solamente puedo decir que siento la imperiosa necesidad de gritar a los cuatro vientos: TE QUIERO", y a funcionar eternamente bajo estas consignas.
Por: LUIS YAÑEZ ABELAIRA.

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