El mes de Agosto iba tocando a su fin. Las calles del Madrid de mis amores presentaban un aspecto fantasmagórico, completamente desiertas, ni el mas osado se atrevía a dar señales de vida por ningún sitio. Un calor de justicia señalaba en esos termómetros digitales acoplados en los famosos "chirimbolos", cifras que superaban holgadamente la barrera de los 40º C. Las perspectivas no daban más alternativa que el clásico chapuzón piscinero o una película en esos cines impersonales y clónicos que tanto han proliferado en los centros comerciales de la capital y en sus alrededores, y donde no hay ni azafatas que te indiquen lo que tienes que hacer, ni ventanilla de información, ni nada de nada, y donde la gente lamentablemente no sabe más que engullir de forma compulsiva enormes cantidades de palomitas de maíz como si en ello les fuera la vida. Que pena que hayan desaparecido aquellos cines auténticos, cines de verdad, con su escenario engalanado, con su correspondiente telón rojo donde además de vez en cuando también se representaban interesantes obras de teatro, con butacas de terciopelo, con platea y "gallinero", con acomodadores que cumplían celosamente su cometido con su pequeña linterna y que además iban lujosamente uniformados de tal guisa que parecían auténticos "mariscales de campo", con lámparas y apliques laterales de brillantes cristales, que nos evocaban los estrenos de películas de la Metro interpretadas por famosos artistas de la talla de Ava Gardner ó Henry Fonda, que hicieron las delicias de millones de espectadores. Estos cines de ahora serán todo lo funcionales que quieran, pero a mi me parecen almacenes estabulados que lo único que han conseguido es acabar agotando mis aficiones cinéfilas. Perdonad, pero sin querer me he enfrascado en esta crítica a las nuevas salas de cine, cuando el tema de hoy nada tiene que ver con todo esto.
Bueno como iba diciendo, las alternativas que se me presentaban no acababan de convencerme. Ni una cosa ni la otra me hacía ilusión alguna. Barajando posibilidades de sitios más o menos interesantes y atractivos, que no estuvieran muy lejos de la Villa y Corte, opté por la decisión de desplazarme a Avila. Estaba seguro que la idea sería una de las mejores soluciones para disfrutar de un buen día de asueto, de excelente yantar, de turismo cultural y sobre todo de una liviana y llevadera temperatura, (iluso de mi). Al estar la capital abulense a 1.131 metros sobre le nivel del mar y Madrid solamente a 667 metros, estaba convencido que la diferencia de altitud me gratificaría con una agradable climatología, de esas que los oriundos de aquí llaman "fresquita" y que los que venimos de afuera calificamos de "un frío que pela", ya que incluso en pleno verano te obligan a hacer uso de la consiguiente chaqueta o jersey, que es lo que yo previsoramente me llevé por si acaso, ya que la mayor parte de los días por estos pagos hacen su aparición o bien el cierzo ese viento helado del norte que no es ninguna broma a la hora de soplar, o esa brisa serrana que te obligan a resguardarte de su penetrante frío que te cala hasta los huesos. Craso error de cálculo el mío, hubiera sido mucho mejor haberme traído un abanico, ya que el calor en Avila sino era tan elevado como en Madrid andaba poco más o menos por unos valores similares; pero bueno tampoco era como para rasgarse las vestiduras, 3 o 4 grados menos se notaban con agrado. Las previsiones salvo en lo que a la temperatura respecta, se cumplieron en su totalidad y a la perfección en lo que al yantar, el turismo y la holganza se refiere.
A mi compañero y amigo Miguel Rosillo, que últimamente se une a mis correrías turístico-culturales, le pareció la idea de lo más acertado y atractiva, la ciudad castellana está cargada de historia y su monumentalidad es de lo más atrayente. Así que ni cortos ni perezosos enfilamos decididamente la carretera hacia Avila. No habíamos llegado a la mitad del camino cuando una llamada telefónica de nuestros comunes amigos Marta y Ramón, nos comunican que se unen con nosotros a la excursión, lo cual nos parece una idea extraordinaria, son una pareja animosa y con un trato óptimo y por encima de todo son excelentes compañeros y amigos de verdad. Así que quedamos dentro de la Catedral, que como todas las Catedrales mantienen establemente una agradable temperatura, disfrutando mientras tanto de la infinidad de detalles que nos ofrece esta maravilla arquitectónica
La gran ventaja de estas escapadas cercanas a Madrid, como en este caso, es que te pones en cualquier lugar en menos de dos horas, así que a las doce y media de la mañana Miguel y yo entrábamos en la Catedral de Avila, esa joya del gótico primitivo entremezclado con un románico de transición, cuyo conjunto adosado a la muralla le dan un curioso aspecto de fortaleza protectora de la ciudad.
No se sabe con exactitud cuando se inició la construcción de este importante templo, pero existen dos teorías, una que el origen del mismo data de principios del siglo XI según la opinión del historiador Alvar García de Santa María, español y judío converso que fue cronista del rey Juan II de Castilla padre de Isabel la Católica, y otra, parece ser que la mas solvente que dice que fue proyectada por el Maestro Fruchel en el siglo XII, uno de los más grandes arquitectos del arte románico juntamente con el Maestro Mateo y el Maestro de Jaca. Existe la certeza de que la girola y el ábside de la Catedral, las partes más antiguas de la misma, son sin lugar a dudas obra del Maestro Fruchel, y quizás una de las más puras manifestaciones del arte románico en España, aunque no se puede negar que en el proyecto de su construcción se apunta la pujante entrada del gótico francés en España. La Catedral no se finalizó hasta bien entrado el siglo XV sufriendo los cambios lógicos de los tres siglos que duró su construcción. En el exterior románico, gótico y barroco y en el interior además el estilo renacentista dejó una huella profunda dentro de la misma. Muchísimas son las cosas que uno estaría admirando durante horas sin cansarse, pero digamos que lo más significativo y famoso de esta Catedral es: "El Tostado", sepulcro de Don Alonso Madrigal que fue obispo de esta diócesis, obra de Vasco de Zarza, situado en la girola, un relieve hecho en piedra caliza de gran belleza, posiblemente una de las obras renacentistas más importantes de toda España.
El Altar Mayor de bellísima arquitectura románica, donde se quiere ver un despertar del gótico, con un retablo del siglo XVI última obra de Pedro Berruguete que no pudo finalizar, pero antes de su muerte dejó las pautas definidas para su realización y remate. El Claustro del siglo XIV de estilo gótico en el que destaca de una forma especial la Adoración de los Magos obra de Lucas Giraldo. Entrando en la Capilla del Cardenal donde a partir de aquí las salas son un auténtico museo, merece especial mención la custodia de plata obra de Juan de Arfe del siglo XVI, la sala de cantorales, la sala capitular con ornamentos litúrgicos en los que destacan casullas, dalmáticas y capas pluviales de bellísima factura. En cada rincón de las salas se pueden ver pinturas de importantes maestros de su época realmente interesantes.
La fachada de la Catedral, puede decirse que está inacabada, ya que el proyecto inicial era de dos torres iguales y solamente se construyó una en estilo románico de transición al gótico, el frontal entre las dos torres sobre la puerta principal es de un estilo barroco realmente extraordinario.
Después de recorrer de una forma pausada prácticamente todas las estancias de la Catedral, Marta, Ramón, Miguel y yo, acordamos que era una hora prudencial para gratificarnos con un almuerzo serio e importante, esto de visitar monumentos y admirar con entusiasmo obras de arte, a fe que despierta un apetito voraz. Son las dos y media de la tarde y paseándonos por esas calles peatonales cargadas de historia y buscando refugio del implacable sol en las sombras de los elegantes edificios blasonados, nos dirigimos al restaurante Bracamonte, que previamente nos había recomendado un amigo, y donde pudimos corroborar la más que justificada tradición culinaria de la ciudad, degustando amén de apetitosos entrantes unos generosos chuletones de Avila que nos dejaron realmente satisfechos a todos. Una larga y amena sobremesa hablando de lo divino y humano sentados en una terraza de la recoleta Plaza del Mercado Chico, donde la sede del Ayuntamiento destaca como el edificio más importante de ella, nos hizo recordar lo que un día dijo Azorín en su obra "El alma castellana", refiriéndose a esta localidad, "quizás Avila sea la ciudad más siglo XVI de España", yo creo que tenía mucha razón en el aserto. Todos los títulos honoríficos que se le han dado, los tiene sobradamente merecidos. "Avila de los caballeros", "Avila del Rey", "Avila de los leales", todos figuran honrosamente prendidos en el pendón que preside y representa a la ciudad.
Marta y Ramón deciden regresar a Madrid, mientras Miguel y yo seguimos nuestro peregrinar por la urbe, dirigiéndonos hacia el Convento de Santa Teresa, venir a Avila casi es obligado visitar a la Santa; ("Vivo sin vivir en mi y tan alta vida espero que muero por que no muerto") ; ver su huerto, su oratorio y su dedo incorrupto (¿), forman parte del ritual del circuito turístico.
Encaminamos ahora nuestros pasos hacia la Plaza del Mercado Grande, hoy llamada también Plaza de Santa Teresa, con la iglesia románica de San Pedro al fondo, de la que cabe destacar el rosetón de la fachada principal del más puro estilo cisterciense, la puerta con cinco arquivoltas sin decoración de ningún tipo nos habla de un románico austero del siglo XII, la puerta norte también con cinco arquivoltas pero más decoradas quizás sea la más interesante de los tres accesos al templo. La iglesia es de planta de cruz latina rematada en una cabecera de tres ábsides escalonados. Interesante monumento.
Las campanas del reloj de la Catedral nos sorprenden con sus graves y pausados tañidos diciéndonos que ya son las 7,30 de la tarde, hora de "vísperas", hora de recogimiento.
Dejamos transcurrir un buen rato, ahora si disfrutando de una extraordinaria temperatura, en una terraza frente a esa muralla casi milenaria, símbolo eterno de esta ciudad de "Cantos y Santos", llegando a la conclusión que el día había resultado satisfactoriamente completo, sin prisas, pausado, pero eso si disfrutando a tope en cada instante de lo mucho que esta ciudad ofrece en los innumerables rincones que tiene, y poniendo una vez más de manifiesto, esa máxima mía que hoy tiene más validez que nunca, "que el que carece de inquietudes está abocado a la apatía y al aburrimiento". Es un problema, un verdadero problema muy común en la sociedad actual y que solamente se soluciona con iniciativas ilusionantes capaces de despertar del letargo que produce la molicie y la incuria precursoras indefectibles de la desidia y del abandono. Nosotros no nos lo podemos permitir, todavía nos quedan muchísimas cosas que ver y con las que ilusionarnos. Verdad que si, Miguel.
Por: LUIS YAÑEZ ABELAIRA.
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