viernes, 24 de octubre de 2008

OTOÑO EN MADRID.

Se filtra el sol de las siete, en este atardecer suave, madrileñísimo, con buenos amigos en derredor y el otoño asomando su romántica presencia. El almuerzo ha sido copioso y bien regado, (este Julio Abad que siempre nos gratifica con algo único y generoso). Y desde aquí, asomados al ventanuco de ese "bendito Fogón", oímos las lecciones de Juan, de Pepe e incluso mías, que damos a nuestros amigos contertulios, antes de enfrascarnos en la ciencia del MUS.Los raquíticos árboles atornillados en la acera de gesto áspero, sin olor, dejan colar entre sus endebles hojas haces luminosos de un resol cuyo fuego se ha menguado hasta devenir en un destello de ideas. Débiles ideas que no abrasan, leves fogonazos limpios y risueños que nos empujan a la reflexión. Todo está quieto, en crisis (nunca mejor dicho), callado. Solamente el runrún murmulleante del salón. Y mientras la naturaleza se silencia por razones de la estación, un vientecillo débil pero firme mece a impulsos de algún genio que sobrevuela y que no ven mis ojos, las faldas y el cabello de mozuelas pizpiretas. Jóvenes. Bellísimas...Con el embriagador y gratificante aroma que nos llega desde ese minúsculo laboratorio culinario, salvo los indeseables, nadie antepondría la guerra a la paz. Aquí todo está pacífico, sereno; todo invita a dejarse llevar por una balada lírica del gran Tagore: Paz y no guerra. Y sin embargo...El ambiente nos mece dulcemente y conturba así las imágenes que más nos gustarían. Uno aprecia que se inquietan los hombres en estos tiempos que nos ha tocado vivir, y como pájaro celéreo a todos les gustaría correr hacia el refugio, hacia la cueva, a la protección materna... Surge, pues, el contraste.Un soplo suave de ese geniecillo remoto, la fantasía tal vez, ha bastado para transformar esta beatífica y pausada paz de una tarde inolvidable en la inquietud de unos medios agresivos, en la zozobra mínima del instante. ¡Pero que instante!, que nos ha devuelto a la realidad, que nos ha dicho que la paz es corta, breve, pues nuestro estado natural como humanos requiere desasosiego, inconformismo, movimiento, acción. No necesariamente tragedia.Un minuto para soñar, pero largas horas para remover los sueños, desarrollarlos y ver como cristalizan en bellas realidades. Momentos como estos que podemos vivir los martes de un Madrid, que hoy me parece distinto, único...Inquietud y no tranquilidad, para que nuestros amores se tornen en vehemencias, profundicen en su misma esencia e invadan al contrario al punto de que no tengan otra salida que amarnos a ti y a mi, apasionadamente. ¡Cuanta dicha!.
Por: LUIS YAÑEZ ABELAIRA.

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